En una columna publicada por La Tercera, el pasado viernes 24, el economista y profesor de la Universidad de Chile, Oscar Landerretche, recomendaba a sus seguidores visitar Juegos de Mate; y profundizaba en los buenos efectos de la lectura de libros álbumes a los hijos. Además, formulaba una interesante propuesta: crear “clubes papelucho”. Para quienes se la perdieron, pueden leerla aquí.



Idea Freak #1: Clubes papelucho.

Por Óscar Landerretche

Los invito a mirar juegosdemate.blogspot.com, sitio coordinado por la periodista Marcela Ramos, que se dedica a discutir sobre la lectura de los padres a los niños en casa. En ese sitio hay, por cierto, sesudos artículos de expertos, pero también encantadoras revisiones de libros para niños escritas por madres que los han usado con sus hijos.

Para mí, Juegos de Mate es, además, una muestra de la onda que debiera tener la nueva fase de políticas progresistas que se viene luego del café y galletas. Creo que hay que apoyar con mucha fuerza este tipo de iniciativas.

Confieso que tengo una adicción personal a los libros infantiles ilustrados y que para justificar mis excesos he usado a mis hijos. Trato de dedicar todas las tardes un rato a leerles unos cinco de estos libros por vez. Lo hice por seis años con mi hijo de 11 lo que, unido a una prohibición estalinista de TV y e-juegos en días de colegio, lo ha convertido en un lector adictivo, de buen rendimiento escolar, con una actitud relajada y constructiva para con las tareas y el estudio general. Su adicción me ha convertido en un policía del sueño y creado el desafío de búsqueda continua de libros para leer. Buenos problemas.

Creo que la lectura de libros ilustrados a niños en el hogar es algo central sin lo cual no se podrá generar el avance educativo que necesitamos. Así de categórico. Hay toneladas de evidencia sobre las ventajas de todo tipo que tiene la lectura a niños: en su rendimiento escolar, niveles de comprensión lectora, vocabulario, afectividad, destrezas matemáticas, convivencia en el hogar, creatividad, etc.

Tiene otra gracia este tema: que enfrentarlo requiere algo que excede la lógica de los incentivos individuales. Requiere de una estrategia política y ciudadana en que nada se logra sin el compromiso de comunidades y familias. Requiere convencer a los padres de familia de que al leer a los niños (y al escoger los libros que les leen) están construyendo el país que quieren para el futuro. Están transmitiendo valores, ideas y costumbres al mismo tiempo que mejoran el rendimiento académico. Están transformando a Chile, un niño a la vez, en piyamas, sobre el sofá. Pero, además, requiere de esfuerzos comunitarios que apoyen este compromiso íntimo familiar. La razón es que la lectura a niños en la casa no requiere solamente de tiempo, sino de plata. Estos libros funcionan mejor cuando tienen arte de calidad, historias novedosas y tamaños que permitan literalmente hundirse en sus páginas. Además, se necesita cambiarlos con frecuencia porque son cortos y la gracia es la novedad.

Propongo, entonces, los Clubes Papelucho.

Los papeluchos serían un banco de libros ilustrados que les permitiría a los padres de familia compartirlos y, por ende, disponer de más títulos. Los papeluchos podrían servir para otras cosas: coordinar cuidado de niños con lectura, centralizar donaciones de libros, promoción para editoriales, etc. Además, los papeluchos podrían servir como un grupo de “TV-ólicos anónimos” en que el apoyo del grupo sirve para enfrentar una adicción a propósito de la lectura para los niños. Algo me dice que también podrían servir, indirectamente, para promover la lectura autónoma de los adultos. ¿Quién sabe?


¿Qué les parece?


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“Aprender a leer va de la mano de entrenarse en la escritura. Esa conexión hace interesante el aprendizaje y se debe complementar con una buena cantidad y variedad de textos a disposición de los niños”, plantea Stanley Swartz, en esta entrevista con El Mercurio. Swartz es autor del libro “Cada niño un lector”, del cual les hemos hablado en Juegos de Mate, pues entrega muy buenos consejos e ideas para desarrollar la lectura y la escritura en los niños.

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Para leer la nota publicada por El Mercurio

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Cómo lo hace el colegio con mejor PSU




El colegio Internacional Alba está en Maipú. Vale 150 mil pesos mensuales, es laico y sus alumnos no llevan tareas a la casa. En 2009 tuvo el primer lugar en la PSU. Esta nota de la revista Paula, publicada a comienzos de año desmenuza su forma de trabajo, entre las que destaca esta la alta selección y el hacer que los niños vayan un año adelantados, es decir, que los alumnos de primero básico estudien lo que se pasa en segundo.

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Por Juan Andrés Guzmán / Fotografía: Sebastián Utreras / Producción: Juanita Vial

Hay una escena clave en la vida de todos los estudiantes del Colegio Internacional Alba. Ocurre cuando, a mediados de sexto básico se decide quiénes se quedarán allí para ser entrenados intensivamente durante los siguientes seis años…y quiénes tendrán que irse.

La selección que realiza el colegio es radical. No se van los que tienen promedio menor a 4, ni los que están bajo el 5, o los que tienen promedio 6. Se tienen que ir los que no están entre los 30 mejores. Con los dos sextos del colegio se formará un solo séptimo. La mitad tiene que buscar dónde seguir estudiando. Todos los padres saben, cuando matriculan a sus hijos, que es posible que no superen esa selección. Pero saberlo no hace menos intenso el momento. Ni menos doloroso el fracaso. Los han puesto ahí porque el Alba ofrece una enseñanza enfocada en la universidad y tienen claro que si su hijo logra permanecer, tiene altas posibilidades de ser universitario.

La selección se hace con las notas del segundo semestre de quinto básico y las del primer semestre de sexto. Frente al desafío, la mayoría de los niños reacciona estudiando con más intensidad. Los han acostumbrado a eso desde pequeños, les han insistido en que estudiar no es sufrimiento y les han pedido a los padres que colaboren, sobre todo en formar hábitos de estudio en la casa. Por eso, cuando se calculan los promedios finales, la nota de corte nunca baja de 6,2.

Para sobrevivir, los alumnos no pueden tropezarse y menos caerse. Durante las vacaciones de invierno llaman a los padres para darles la posición final que tuvo su hijo o hija. Lo hacen así para que los que no podrán seguir tengan tiempo de buscar otro colegio.

A la ex alumna Andrea Valenzuela (18) le tocó vivir esa selección a finales de séptimo y a comienzos de octavo (actualmente esa selección se hace en sexto). Dos veces por semestre sus padres fueron a reuniones con un profesor que les informó de los avances de Andrea, de sus áreas fuertes, de sus debilidades y la posición que ocupaba entre los cerca de 60 alumnos.

Andrea recuerda que todos los chicos estaban nerviosos. –Incluso hubo un intento de oponerse al sistema porque nadie quería perder a un amigo– cuenta.

En la recta final, durante el primer semestre de octavo, todos los alumnos estaban estresados. “Cuando volvimos a clases después de las vacaciones de invierno, ya sabíamos quiénes se irían. Eso fue triste. Pero seguimos estudiando igual y lo pasamos muy bien el resto del año. Como que aprovechamos el tiempo que nos quedaba. Recuerdo sí que un día, cerca de fin de año, una amiga se puso a llorar porque no había quedado y no quería irse. Y luego otro se puso a llorar por lo mismo y al final todos terminamos llorando. Teníamos 14 años, a esa edad los lazos con los amigos son fuertes”.

Junto con la selección de los mejores, hay también otro momento clave en la vida de los estudiantes del Alba. Es lo que ocurre cada fin de año, cuando se entregan los resultados de la PSU. Andrea rindió la prueba el año pasado, entró primera a Ingeniería Comercial en la Universidad de Chile y es parte de la generación que puso a su colegio en el primer lugar del ranking de la PSU, con un promedio de 722 puntos. La generación anterior había logrado ubicar al Alba en el tercer lugar nacional (706 puntos de promedio en la PSU). Pero fue este primer lugar el que atrajo las miradas y muchos se preguntaron cómo este colegio, ubicado en el paradero 12 de Pajaritos, que cobra una mensualidad de 150 mil pesos y es laico, que no puede ofrecer a sus alumnos las redes sociales de los establecimientos del barrio alto, se ubicó en ese lugar, cómo obtuvo 11 puntos más que el colegio Los Andes, que ocupó el segundo puesto.

En la generación de Andrea, 98% de los 30 alumnos de cuarto medio quedó en universidades tradicionales, concentrados en la Chile y la Católica. Y más de 60% entró a la carrera que había elegido, dentro de los 10 primeros lugares. Andrea fue puntaje nacional en Matemáticas (850) y obtuvo 801 en Lenguaje. Como ella, hubo otros 4 puntajes nacionales y la mayoría de sus compañeros quedó en la carrera a la que postuló en primer lugar. A todos los puntajes nacionales, el colegio, como es tradición, les devolvió todo el dinero que habían pagado por cursar cuarto medio.

Para muchos apoderados del colegio, los resultados de la PSU representan un premio a la constancia y el esfuerzo de sus hijos. La mayoría de ellos no son profesionales. Son comerciantes, funcionarios medios, y la universidad es el gran sueño que tienen para sus hijos. Pagan, la mayoría con esfuerzo, la mensualidad. Y sienten que vale la pena.

EL MÉTODO ALBA

Buena parte de las estrategias que se usan en el Colegio Internacional Alba comenzaron a pensarse en un lugar muy distinto a éste. Su fundador es el profesor de castellano Pedro Salas. En los ‘80, junto a su esposa, levantó una pequeña red de cuatro colegios subvencionados que atendían a unos 3.000 niños. El más grande de ellos estaba en la población El Castillo, en el límite entre La Pintana y Puente Alto. La zona era brava. –Fuera del colegio había balaceras, violaciones, de todo. A nosotros nos protegía el pato malo más malo de la zona, porque tenía a sus hijos en el colegio– recuerda Salas. La experiencia fue un pésimo negocio. En esa época no había financiamiento compartido, así que se manejaban con el dinero fiscal. –No nos alcanzaba. Caí hasta con los prestamistas para pagar los sueldos. Los sostenedores andábamos todos en la misma y nos juntábamos en un bar de la calle Nueva York a llorar las penas. A veces nos costaba juntar la plata para los tragos– relata.

También fue frustrante en lo académico. Muchos de los profesores que hoy enseñan en el Alba trabajaban en el colegio de El Castillo y, a pesar de esforzarse lo mismo, los resultados no eran ni lejos los que obtienen ahora.

Salas cuenta que empezó a pensar darwinianamente: muchos de sus alumnos estaban demasiado afectados por su entorno social. Tuvo la convicción de que jamás surgirían. Ahí no había futuro para nadie. Decidió vender sus colegios y hacer uno privado, pequeño, centrado en la meta universitaria y, por lo tanto, de alta excelencia académica.

Todos esos objetivos requerían que hubiera una fuerte selección de los niños. (Ver recuadro) –La selección que se hace ahora en sexto básico se pensó originalmente para no tener un colegio grande. Hoy se usa también para garantizar resultado, sería una mentira no reconocerlo– explica
Mauricio Carrasco, orientador del colegio. Tras esa garantía llegan muchos padres “obsesionados con la universidad”, explica Carrasco. Desde su puesto, debe estar pendiente de que las expectativas no se desborden y se vuelvan inmanejables para los niños. Reconoce que el colegio no es un traje que les quede a todos. “Tenemos un tremendo éxito para un perfil de alumno. Y si el alumno sufre, sus padres deberían buscar una escuela donde no lo haga”.

La selección les atrae críticas. En el mundo de los especialistas se considera poco válido enorgullecerse de resultados conseguidos mediante el mecanismo de quedarse con los mejores alumnos. Los únicos que no pueden excluir son los colegios municipales, que se van convirtiendo en guetos de marginalidad donde van a estudiar los que no pueden ir a ningún otro lado.

El orientador Carrasco coincide con este planteamiento. Reconoce que el tema de la selección es muy cuestionado, pero no le parece que a ellos se les juzgue por una característica que está en todo el sistema. “La mayor parte de los colegios selecciona, sin embargo son tan renombrados que nunca se dice nada”, comenta. Por otra parte, seleccionar no es lo único que hacen. Aprovechando que trabajan con niños de buen nivel académico, aceleran el aprendizaje: sus alumnos van un año más adelante que la mayoría de los estudiantes chilenos. En kínder ven la materia de primero básico, en primero básico trabajan con el libro de segundo y así sucesivamente hasta que terminan tercero medio habiendo visto todo el programa escolar. Cuarto medio es un año de repaso y profundización y de permanente ensayo de la PSU. Esta estrategia implica, por ejemplo, que los niños salen de kínder leyendo bien y que, en primero básico, manejan las cuatro operaciones.

Mientras la mayoría de los niños en Chile termina ese año sumando y restando, los chicos del Alba dividen. Las profesoras dicen que sus alumnos se adaptan perfectamente a ese ritmo. Lo cierto es que basta ver los textos que usan los países desarrollados, como los de Singapur, que tiene uno de los mejores resultados en Matemáticas del mundo, para entender que, en realidad, lo que va a destiempo de las posibilidades de los niños son las exigencias oficiales.

Mónica González, la directora, dice que esta precocidad académica hace que los niños se sientan orgullosos de lo que saben. –Cuando se comparan con sus primos y sus vecinos y se dan cuenta
de que saben cosas que otros no, y ven que usan libros de niños más grandes, se sienten muy seguros y orgullosos. Y se acostumbran a tener una buena relación con el estudio– explica. Esa buena relación con el conocimiento les permite tener éxito en áreas donde usualmente el sistema educacional chileno fracasa. Por ejemplo, la lectura. –Todos los alumnos leen bien en kínder y muy bien en primero– asegura la directora.

Pero no sólo eso. La profesora de Lenguaje, Myriam Gaete, explica que han logrado que a los niños les guste mucho leer. Invitan a autores de libros que los niños han leído y los chicos los entrevistan y terminan siendo fans de sus sagas. En un país donde un alto porcentaje de niños no logra comprender lo que lee, esto es notable. Hay otras tres prácticas que caracterizan a este colegio.

Primero: nunca, en los doce años de estudio, un niño lleva tareas a la casa. Todo lo que aprende lo hace en el colegio, desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde. Ahí le pasan la materia, lo hacen estudiar, lo evalúan y lo corrigen. Allí prepara las pruebas, las
disertaciones, los trabajos en grupo.

Segundo: no hay reuniones de apoderados. Los padres son citados individualmente para hablar sobre sus hijos. Es ahí donde se encienden las alarmas cuando hay una nota mala. Y una nota mala es un 5. Los 5 no se dejan pasar. Menos aún los rojos. Se averigua qué ocurre y se buscan soluciones inmediatas. Ningún niño en el Alba repite.

Tercero: no se pierden clases. Muchos colegios acortan la jornada para el día del alumno o del profesor. En el Alba las clases no se suspenden por ningún motivo, asegura su directora. Todo esto hace que los alumnos de este colegio sean muy competitivos. Que no les guste sacarse menos de 6. Y que vean las pruebas como desafíos que superar. En cuarto básico, cuando rinden la prueba SIMCE, saben que se trata de un examen importante y hace años obtienen altísimos resultados. El colegio los premia con un fin de semana en el refugio que tiene en Algarrobo.

LA FAMILIA

Luis Jiménez tiene un puesto de verduras en la feria de Lo Valledor. Su esposa, Natalia Rubio, terminó cuarto medio el año pasado en cursos para adultos. La hija de ambos está en kínder del Internacional Alba, y hoy Luis se sorprende de que la niña, de 5 años y medio, ya pueda leer. En realidad, se emociona con eso. Luis llevó a su hija al Alba porque le dijeron que tenía los mejores resultados académicos de Maipú. –Yo nunca había visto este colegio. Había pasado por fuera pero pensaba que era una embajada, ¿no ve que en la entrada tiene muchos árboles y un portero bien serio y encachado?– dice.

A Luis le gustó que tuviera parque, piscina temperada y cancha de atletismo. Sin embargo, a su hija no le fue bien. Fue al colegio y le dijeron que, para su edad, le faltaba socialización y, sobre todo, manejo de lenguaje. Le pidieron que la tratara y mientras pensaba qué hacer, sonó la campana del recreo. –Vi que los muchachos grandes salieron caminando ordenados y conversando con calma. Y me dije: “Mi hija tiene que quedar acá”. Le aseguré a la directora que mi hija iría a todos los tratamientos que me pidieran con tal de que la pudiera matricular. Le puse dos fonoaudiólogos para que tuviera el nivel adecuado. –¿Qué vio en esos niños? ¿Por qué le importó tanto? –No salieron gritando al patio, como en todos los colegios. Se veían educados. Se notaba respeto. Eso no lo había visto nunca. Luis se ha hecho a sí mismo con esfuerzo y orden. Muchas veces se levanta a las tres de la mañana para traer fruta de Curicó. Piensa que, tal vez, en este colegio donde están prohibidos los pokemones, los matones, los chicos con pelos pintados y las niñas con piercing, las puertas de la universidad se estén abriendo para su hija. Luis cree que el orden que tiene el colegio puede lograr grandes cosas.

LA DISCRIMINACIÓN

Los datos duros le dan la razón a Luis. En el Alba están los mejores alumnos de Chile. Pero ser bueno no basta. No es fácil ser de Maipú e ir a disputar un espacio en las escuelas más selectas de las universidades. Para el orientador Mauricio Carrasco, ése es el gran tema pendiente con sus
alumnos. –Tenemos un éxito rotundo en el ingreso a la universidad, pero se nos cruza una muralla: ser de Maipú afecta la permanencia de nuestros muchachos en sus carreras. A nuestros alumnos los estamos mandando a las profesiones más top, donde el compañero es hijo de tal o cual personaje. Allí les preguntan dónde está Maipú. O les dicen “¿Internacional Alba?”. Eso les duele a mis cabros.

En Chile hay más de un país y ellos están haciendo una cosa bastante difícil: pasar de un país a otro. Les puede ocurrir que se sientan menos. Frente a eso tienen que tener tolerancia, tienen que llegar tranquilos y con seguridad en sí mismos. Carrasco aborda frecuentemente ese molesto asunto con sus alumnos. Y los chicos de cuarto medio intercambian experiencias sobre el tema.

Maximiliano, cuarto medio, cuenta que una amiga entró a estudiar a una universidad de la cota mil. “Era tanta la discriminación, que se daban vuelta para no verla entrar. Tuvo que tener el cuero duro para seguir estudiando. No hay que dejar que te hagan sentir menos. No puede ser que la universidad sea para los que tienen plata”. Emilio, del mismo curso, piensa que no hay que tomar en cuenta esas cosas. Por lo demás, ya por estudiar en ese colegio son discriminados por los chicos que van a los otros establecimientos de Maipú. “Dicen que somos los cuicos de la comuna y eso no es verdad. Uno se sube a la micro y empiezan a decirte cosas”. Andrea, la brillante muchacha de los 850 puntos en Matemáticas, tiene muy claro que en la vida adulta no sólo los rendimientos académicos abren las puertas.

Un informe de la misma facultad donde ella estudia demostró que los apellidos marcan grandes diferencias salariales entre profesionales igualmente competentes. Los apellidos representan redes y esas redes se forman en los colegios. Ella no las tiene. Le parece injusto, pero es algo que tendrá que aprender a resolver. De hecho, algo parecido sintió cuando tuvo que decidir en donde estudiar. Primero pensó en entrar a la Católica pero fue a la facultad, oyó a los jóvenes y se dio cuenta de que no se sentiría cómoda. Resume: “Es un tema complicado. En todo caso, no me asusta. Hay que ser la mejor no más. Hoy, no me siento en desventaja”

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Pedro Salas, fundador del Internacional Alba

“La vida es una permanente selección”

Es el dueño y fundador del exitoso colegio de Maipú. A sus 72 años, Salas disfruta de la vida en su Mercedes Benz clásico color azul y dice, casi sin filtros, lo que piensa sobre las razones de su triunfo en la educación.

¿Por qué tiene tanto éxito?
Mire, cuando lo pensé me dije que tenía que ser privado, para no depender de la subvención, y que tuviera un director al que le hicieran caso los profesores. Como dice Fidel Castro: en la escuela no tiene que haber democracia, si no, no funciona la cosa. Otro punto importante: que tuviera un objetivo preciso. Éste es un colegio para entrar a la universidad. Desde kínder les decimos a los niños que ésa es la meta.

¿Qué le parecen las críticas al fuerte sistema de selección que tiene su colegio?
A veces tenemos que echar a cabros de 6,5 ó 6,6 con el dolor del corazón. Qué le puedo decir…. La vida es una permanente selección. En todos los colegios hay alumnos que, por su naturaleza, no van tirar para arriba. Hay un montón de pericos que nacieron así, limitados. Los expertos en educación dicen que… Ay, no, me dan miedo los expertos, no me hable de ellos.

¿Por qué?
Porque dicen puras cosas que no se pueden hacer. Dicen que hay que intentar dar educación de calidad a todos los niños chilenos. Que no se puede educar sólo a los mejores… Oígame: eso no se va a poder hacer nunca. A los cabros chicos pobres no les interesa leer y escribir. ¿Sabe qué les interesa? Que les enseñen a manejar un revólver. Eso les interesa. Además, la sociedad necesita jornaleros, es imperioso tener jornaleros. Y también necesita médicos. Por eso es difícil que
podamos tener un colegio de excelencia académica a nivel nacional.

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Buenos libros hacen buenos lectores




En este artículo publicado en Revista Paula en febrero de 2010 se ahonda en un gran personaje que les presentamos hace algún tiempo en Juegos de Mate: la danesa Anne Hansen que montó en Valparaíso una bellísima biblioteca con libros que difícilmente se encuentran en Chile. Su filosofía es que la niñez debe recibir una lluvia de libros y ha hecho muchos esfuerzos por convencer a los adultos chilenos que esa es la vía para que sus hijos sepan más y sean más felices. Pero algo pasa que la lluvia de libros no produce en nuestro país los mismos frutos que en Europa.



Este artículo fue publicado originalmente en la Revista Paula en febrero de 2010. Para verlo en su versión original cliquee aquí:

http://www.paula.cl/blog/reportaje/2010/02/26/buenos-libros-hacen-buenos-lectores/


Por Juan Andrés Guzmán. Fotografía Carolina Vargas.

Esta historia es sobre aprender a leer. No es raro que parezca cuento. Empieza en Suecia en 1998 y trata sobre 24 niños inmigrantes que entran a la escuela en kínder. Los niños vienen de todos los rincones del mundo y ninguno tiene el sueco como lengua materna. Algunos ni siquiera saben hablarlo. Si en ciertas poblaciones chilenas los profesores se quejan de lo difícil que es enseñar, imagina lo que es hacerlo cuando un niño llama a su mamá en español y otro pelea en árabe. Por eso, en escuelas como ésta, ubicada en Rinkeby, en los suburbios de Estocolmo, hay recursos extras para enseñarles la lengua nacional. Pero ni aun así las cosas mejoran.

Sin embargo, el año en que entran los niños sucede algo. Las profesoras se ponen a pensar cómo hacer para que no fracasen en aprender lo mínimo, que es lo que ocurre con tantos alumnos. Toman una decisión. Y es por esa decisión que estamos contando esta historia.

Las profesoras intentan algo radical para lograr que los niños lean y escriban: invierten todos los recursos disponibles en libros de cuentos. No gastan nada en textos de estudio, salvo en el de matemáticas. Reúnen una buena cantidad de libros, pero no les parecen suficientes, así que llegan a un acuerdo con la biblioteca pública local. Cuando los niños llegan en el primer día de clases, encuentran su sala repleta de 400 libros repartidos por todos lados, al alcance de la mano, abiertos, apilados, exhibidos como pósters, esperándolos en los bancos. Además de innovador, ese espectáculo es una declaración de principios: para ellas, si no hay lenguaje, no se puede construir nada: ni ciencia, ni historia, ni matemáticas. En el principio está el verbo. Y si no está, no hay principio.

La investigadora sueca Inger Enkvist cuenta parte de esta experiencia en su libro Repensar la Educación, y afirma que las profesoras mantuvieron la estricta dieta de cuentos y matemáticas hasta tercero básico. Con los cuentos, los niños aprendieron las letras y las primeras palabras. Pegado a cada palabra venían personajes inventados y reales, conceptos, lugares extraños y conocidos; y mientras aprendían a leer, aprendían a expresar sus ideas y sentimientos y a entender los de los otros.

“Los niños amaban tanto el colegio que muchos llegaban hasta una hora antes de las clases. En un video sobre el proyecto, varios dicen que les gustaría ser escritores. En el tercer año, muchos habían leído entre 400 y 500 libros”, cuenta la investigadora Enkvist.

La escritora sueca de cuentos infantiles Mónica Zak también ha hablado de esta experiencia educativa. “Después tres años, todos los niños de ese curso sabían leer bien y rápido, tenían gran vocabulario, sabían expresarse hablando y escribiendo, tenían una gran autoestima y eran muy creativos”, describió en una ponencia que ofreció en Chile en 2005. Agregó que en Suecia a los niños de tercero básico se les aplica una medición que aquí podría equivaler al Simce. En ella estos niños obtuvieron el primer lugar en sueco y en matemáticas, superando a todas las escuelas de su ciudad.

El objetivo estaba cumplido con creces. Pero el efecto de la dieta de lecturas no paró ahí. “Cuando llegaron al liceo hubo una competencia de matemáticas escolares de nivel nacional. Y entre los 10 mejores alumnos del país había tres chicos del grupo de Rinkeby”, detalla Zak.

La alubna Sara

Esta otra historia también parece cuento y, para ser honestos, no tiene un final feliz. Se trata de cómo una danesa llamada Anne Hansen intenta hacer leer a niños del Cerro Alegre de Valparaíso, una zona con fuertes déficits educativos.

A diferencia de los inmigrantes de Rinkeby, los niños con los que ella trabaja no hablan 20 idiomas distintos. Son todos chilenos. Sin embargo, están tan lejos de sus compatriotas que obtienen buenos resultados, que parece que estuvieran en otro país. Un ejemplo fue la última prueba Simce de lenguaje tomada a los alumnos de 4º básico. Los 200 chicos de estrato económico alto de la comuna de Valparaíso que la rindieron, obtuvieron un promedio de 304 puntos, mientas que cerca de mil niños de estrato medio-bajo y bajo obtuvieron entre 218 y 223 puntos. Peor cosa ocurrió en la primera prueba nacional de escritura que rindieron también los niños de 4º básico el año pasado. En la región de Valparaíso la prueba la rindieron 1.800 niños y 41% se ubicó en el nivel básico.

Las implicancias de estar en ese nivel se entienden mejor con un ejemplo. En la prueba se les pidió a los niños que redactaran una carta al director de su colegio solicitándole permiso para ir de paseo a un acuario. La carta que viene a continuación se usa en el informe del Ministerio para retratar ese “nivel inicial” en el que están el 41% de los niños del Puerto:

“Querido dictor quiero disile que es el mejor dictor por eso nuestro curso juntaron dinero para que nosotros y usted fueramos al acurios para que bieramos alos tiburones y a las mantarallas y los peses y las pirañas y nadar con los delfines. Se despide la alubna Sara”.

Estos resultados muestran que en Valparaíso, como en muchos lugares de Chile, una gran cantidad de niños cumple 10 u 11 años sin dominar su idioma.

Muchos estudios, entre ellos, uno realizado en 2007 por Eric Donald Hirsch, profesor emérito de Educación de la Universidad de Virginia, Estados Unidos, demuestran que la falta de lectura tiene efectos acumulativos y la brecha entre los alumnos que leen bien y los que balbucean penosamente, no hace sino crecer.

“Un alumno de primer grado con alto rendimiento conoce cerca del doble de palabras que un alumno de bajo rendimiento y, a medida que avanzan de curso, la diferencia aumenta. En el último año de la enseñanza secundaria, los alumnos de alto rendimiento saben cerca de cuatro veces más palabras que los estudiantes de bajo rendimiento”, señala Hirsch.

La razón del aumento de esta brecha es clara para Hirsch: “Una comprensión lectora adecuada depende de que una persona conozca cerca del 90 ó 95% de las palabras de un texto. Aquellos que entienden menos palabras, no comprenderán el texto y quedarán mucho más rezagados”.

Así las cosas, la alubna Sara, en 4to básico, ya ha perdido buena parte de sus posibilidades futuras.

Anne


Anne Hansen Christen, la danesa que protagoniza esta historia, tiene 76 años y es profesora, como las suecas de Rinkeby. Pero no hace clases sino que en 2001 montó una biblioteca con tres mil textos en el Cerro Alegre de Valparaíso. Muchos de los libros que ofrece no se han traducido oficialmente al español y por lo tanto difícilmente se pueden encontrar en otro lado en Chile. Son textos nórdicos, de ilustraciones preciosas, muy parecidos a los que usaron las profesoras de Rinkeby.

A diferencia de la mayoría de los libros para niños que se ven en Chile estos textos carecen de moraleja: no buscan enseñar a ser generosos, amables o a lavarse los dientes. Están pensados para abrir temas e iniciar conversaciones, a veces muy complejas. Son textos que reflejan la vida de los niños.

La biblioteca se llama Libro Alegre y recibe anualmente 5.000 niños. Algunos vienen de las poblaciones de la parte alta del Puerto y se instalan a leer gratis; pero por la calidad de los libros, muchos colegios subvencionados y particulares de Viña le pagan para llevar a sus cursos a leer allá. Aunque a Anne le gustaría que su biblioteca la aprovecharan los más necesitados, son las familias de clases medias las que más aparecen por ahí.

Igual como en la experiencia sueca, aquí los libros son el corazón de todo. Anne los ha juntado con paciencia. Algunos se los han donado, otros los ha comprado en mercados europeos y los traduce artesanalmente, pegando los textos en castellano hoja por hoja. En ese trabajo la ayuda la periodista española María Antonia Carrasco. Durante la traducción, se matan de la risa, porque son historias que las hacen sentirse retratadas, como la de un gato tuerto pendenciero que se enamora de una elegante gata blanca que no le hace caso.

-Estos libros tienen la gracia de que no presentan el mundo como una cosa falsa de gente buena contra gente mala. Y además no tienen el dedo admonitorio levantado. Tienen ideas y pensamientos que pueden llevar muy lejos a los niños, porque les hacen sentir que hay algo de ellos en esos libros. Pero no le dicen al niño qué sentir ni qué hacer.

Su confianza en estos libros tiene un motivo. En su país han llevado adelante un programa de incentivo a la lectura muy exitoso, que está basado en leer muchos, -realmente muchos- libros cortos, bellamente ilustrados, como los que tiene ella. El fondo de esta estrategia la explicó Charlotte Svendstrup, gerenta general de la editorial de material educativo del estado danés, cuando visitó Chile en 2007. Dijo que a comienzos de los 90 los estudios internacionales mostraron que los jóvenes daneses tenían severos problemas para leer y estaban muy mal en comparación con el resto de los países desarrollados. El informe provocó un escándalo y el Estado se metió de lleno. “Descubrimos que la motivación de los niños para aprender a leer era de suma importancia y eso implicaba que los libros tenían que ser atractivos y pertinentes, sino los niños perdían la motivación. También nos dimos cuenta de que se aprende a leer leyendo y que tienen que leer mucho para conseguir la competencia necesaria. Los libros tradicionales de lectura no ofrecían suficiente material y por lo tanto se necesitaban muchos pequeños libros”.

Por último, los daneses también hicieron que los padres se comprometieran con el aprendizaje de la lectura, porque como es obvio, cuando una niña escribe “alubna” no sólo ha fallado la escuela sino también la familia.

Anne ha llevado estos libros ahí donde se necesitan. En 1997 abrió una biblioteca en La Legua con uno 500 libros traducidos del danés. Varios jardines infantiles se interesaron en esa experiencia y en 1999 visitó una veintena de centros comunitarios desde Arica a Lota ayudando a formar mini bibliotecas con este tipo de libros. Luego, organizó el local que tiene ahora en el Cerro Alegre y también otra en Montedónico, una zona del puerto muy golpeada por la pobreza. Para promocionar su biblioteca, salía a las poblaciones con un burro cargado de textos y tocaba una campana para atraer a los niños. Siguiendo el modelo de su país, también trataba de convencer a los padres de que llevaran a sus hijos a la biblioteca, de que tomaran libros prestados y les leyeran.

Padres que se enojan


Pero allí donde se necesitan estos libros, hay tantas otras necesidades que los textos son incapaces de producir grandes cambios por sí solos. Para que los niños más pobres pudieran aprovecharlos, necesitan mucho apoyo de la escuela y de los padres. Que los oyeran leer, que los hicieran escribir, que los felicitaran por cada libro nuevo, que les apagaran la tele.

Que los niños vieran a sus padres con un libro, cosa bastante infrecuente si se considera que 50% de los chilenos no somos capaces de seguir instrucciones escritas, según mostró un estudio de la Universidad de Chile de 2001, que desnudó nuestro “analfabetismo funcional”.

Peor aún, Anne se ha topado con madres que le dicen a ella, con su hijo al lado: “No le preste más libros a este cabro, que no los cuida”. También recuerda a un padre que se enojó porque su hijo, tras leer algunos textos daneses llegó a la casa diciendo que a los niños no hay que pegarles. Y no dejó que sus hijos fueran de nuevo a la biblioteca.

En los graves vacíos de las poblaciones chilenas, con sus dolores, sus abusos, su violencia familiar, estos libros no siempre producen la risa y la alegría para la que están pensados.

En 1999 Anne les proyectó en diapositivas un libro a 14 niños ariqueños. El cuento se llamaba Pepe tiene bonitas botas, de Mats Leten, y Anne tomó los siguientes apuntes sobre lo que los chicos iban comentando: “Mira, Pepe tiene un solo pelo. Y tiene botas amarillas. Está muy contento con sus botas. Mira cómo salta Pepe. A lo mejor son nuevas las botas. ¡Bah! Se puso a llover y se formó una poza inmensa… ¡Oye! Se metió al agua sin botas y las llenó con agua. ¡Pobre Pepe! ¡Ahora sí que le va a llegar! Le van a pegar. ¡Ojalá que su mamá no lo vea! ¡No, no! Ahora está sentado en el agua. Y ahí viene su mamá. Le van a pegar, seguro… Sabe, mi mamá me quitaría las botas y las colgaría bien arriba en la pared donde no las alcance. Nunca más me las pondría”.

Antes de llegar al final Anne detuvo la proyección y les pidió a los niños que dibujaran cómo creían que iba a terminar el cuento. Una niña de 12 años y un chico de 5 prefirieron actuar el final que se imaginaban.

La niña, enojadísima: “¡Sal de ahí! Al tiro. ¿Acaso crees que tengo Rinso para estar lavando tu ropa todos los días, chiquillo de mierda? ¿Qué te has creído? Espérate no más”.

El niño, con voz asustada: “Lo estaba pasando tan bien”.

Luego Anne les lee el final verdadero, el final nórdico: la mamá acoge a Pepe y lo lleva a bañarse. Los chicos dicen a coro: “¡Qué raro!”

En otro taller Anne muestra el cuento El brote, de Pia Thaulov, una historia que parte cuando un niño planta una semilla, la riega y sale un brote. Entonces aparece un gato, un conejo y unos pájaros que amenazan las semillas germinadas. Anne transcribe los comentarios de los niños:

“¡Ooooh! Son palomas de la paz. También se van a comer las hojas, pero ésas sí que son fáciles de matar con una escopeta o con una honda. Yo tengo una.” El niño del cuento pone un espantapájaros. Los niños chilenos, en cambio, recurren todo el tiempo a los golpes y a la muerte.

Experiencias como ésa, Anne ha tenido muchas. Porque la lectura, aunque se suele olvidar, no es solo una forma de evaluar las políticas educativas. La lectura, sobre todo de estos libros, refleja la vida, la sociedad en que se vive. Y cuando Anne ve esa constante presencia de la violencia, le parece que su cruzada para hacer que los niños lean es demasiado cuesta arriba. “A veces me parece que Chile no es un lugar fértil para la lectura”, comenta.

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Gran entrevista a Waissbluth en The Clinic




En la última edición de The Clinic viene una muy buena entrevista a Mario Waissbluth, fundador del movimiento Educación 2020. La hizo el editor de ese medio, Pablo Vergara y en las 7 preguntas que extractamos, sintetiza un aspecto central del problema educativo chileno.

La conversación arranca del análisis del discurso presidencial del presidente Piñera el 21 de mayo. A Waissbluth le gustó lo que Piñera dijo. Nunca había visto tanto tono de denuncia así en un discurso presidencial.



“Cuando nosotros partimos y salimos a denunciarlo con todos los tonos y poniendo videos terroríficos, nos dijeron fascistas, populistas, terroristas. Todos los miembros del establishment. Y ahora resulta que el terrorista es el Presidente Piñera. Lo otro que nos gustó es que fue muy nítido en la defensa de la educación municipal”.

-Nadie grita por los cabros que están saliendo del colegio, un millón y medio, que no entienden bien lo que leen. La indiferencia con que la elite de este país ha visto este tema en los últimos 40 años es feroz. Claro, tenemos observaciones al discurso, cuestiones que no se mencionaron, cosas que no nos emocionan para nada, como los liceos de excelencia, que no van a dañar ni mejorar la educación…

Usted habla de 40 años. De esos, 20 son Concertación. ¿Por qué no hicieron la pega en esto?


-Si yo acumulara el catálogo de errores cometidos por Frei padre, los militares y la Concertación… La lista de cagadas de políticas públicas cometidas en educación es feroz.

¿Pero por qué la Concertación no hizo la pega?


-Por un problema de economía política, más bien. El drama de la educación en toda América Latina, no sólo en Chile, es que los costos políticos y financieros son de corto plazo y las ganancias de largo. Entonces siempre la tentación es que el próximo se haga cargo de este cachito. Cortar cintas de hospitales, carreteras, abrir consultorios, es políticamente rentable en el corto plazo. Agarrarse a combos con los gremios, cortarle las alas a las universidades truchas es ficción política y eso... El segundo elemento de la economía política del asunto, es que éste ha sido... Hay un problema muy de fondo. Si ves las encuestas, en la última salida hace poco, el 15% de la gente expresaba una preocupación por la calidad de la educación y yo te aseguro que ese 15% era ABC1. ¿Qué quieres decir con esto? Que la señora Juanita, en La Legua, que llegó a 3º básico, que tiene a los cabros en 6º básico, que se los tienen guardados hasta después del mediodía en un colegio, que más encima gozan de un almuerzo espectacular -porque la verdad es que lo que ha hecho la Junaeb en Chile es espectacular- no quiere más guerra: que el cabro no entienda bien lo que lee ya es una cuestión que palidece un poco en su urgencia, frente a sus problemas de delincuencia, empleo, ingreso, vivienda, salud. Entonces la gente no se anda colgando de los candidatos a diputados pidiéndoles más calidad en la educación.

¿Qué es la cosa más terrible que ha visto usted en los colegios?

-Es que dan ganas de llorar, compadre. Los cabros del movimiento están más en terreno que yo y me dicen que llegan ferozmente choqueados por el ambiente de desesperanza que se respira en las escuelas vulneradas, en los profesores y alumnos. Nadie está ni ahí. Desde eso hasta situaciones de convivencia escolar feroz. Y lo más específico y concreto que es que la gente no lo cacha. A ver, dime la dura, ¿te dice algo que el promedio nacional del Simce sea 250 puntos? ¿Qué te dice? Le preguntas al 95% de la gente... Sales a la calle y lo preguntas. Yo cuando aterricé en esto lo pregunté a nuestras expertas y me lo explicaron: muy simple, 250 puntos en el Simce significa que si ya estás en 8º básico no puedes utilizar el lenguaje para aprender nada. O sea, puedes leer, pero la conexión semántica de que estás leyendo algo y que eso lo puedes usar para aprender historia, física o las instrucciones laborales que te van a dar no funciona. Y además te digo, cuando ya lo sacó en octavo, de ahí pa delante la carrera ya está lista, ese cabro no va a poder leer en su vida un instructivo en una fábrica y cachar lo que dice.

Esto es una película de terror.

-Sí. Y la indiferencia nacional. ¿Sabes lo que significa sacarse 500 puntos en la PSU, que es la media, es decir que un 50% sacó menos que eso? Es haberse sacado un uno. ¿Qué nota te sacas en una prueba si de 70 preguntas contestaste 10? Bueno, la mitad de los cabros en Chile saca un uno o menos en la PSU. En la PSU de La Pintana la nota fue negativa, compadre, negativa… Superaron las respuestas incorrectas en cuatro veces las respuestas correctas en La Pintana. Esto es una obscenidad, que la elite de Chile ha tenido instalada por 500 años.

Esto ya está. ¿Qué va a pasar con esa generación?


-Es peor todavía. Es más feroz porque el 80% de los cabros que están estudiando Pedagogía, compadre, entraron con 500 puntos. Cáchate el efecto cronológico. Vas a tener que muchos de esos cabros van a entrar al sistema escolar sin entender lo que leen para hacer clases los próximos 30 años. Esta cuestión, aunque la arreglaras con una varita mágica, aunque fueras Pinochet con un lanzallamas, no va a comenzar a mejorar la calidad de la educación en menos de 10 años.

¿Y qué hacemos con las universidades que hoy están haciendo estas pedagogías?

-Si hay algo que me sorprendió del anuncio de Piñera, y que era una de nuestras propuestas, no fue que aumentara la subvención preferencial, porque eso incluso lo había anunciado, sino que la prueba INICIA será obligatoria y de resultados públicos, que es uno de nuestros reclamos desde el año pasado. El día en que se publique en un diario lo que realmente saben los alumnos de las universidades X, Y y Z y del instituto trucho J y de la universidad charcha W, el escándalo nacional va a ser de enorme envergadura... Otro de los anuncios que nos dejó complacidos es que se le va a meter plata de inmediato a las carreras de pedagogía más promisorias, porque si hay algo en lo que el país tiene que gastar, y es comparativamente barato, es en tener escuelas de pedagogía de clase mundial.

¿El problema de la educación es político?

-Más que político. Histórico. En un sentido largo, de centurias. Es un problema de una elite a la cual le ha ido bien, que desarrolló un continente estratificado, elitario. Somos herederos de 500 años de racismo, clasismo, elitismo y explotación.

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¿Por qué los colegios de Finlandia obtienen los mejores resultados? Esa es la pregunta que contesta un periodista de la cadena inglesa BBC en este reportaje sobre el sistema educacional finés. En 2009, más de 100 delegaciones extranjeras visitaron Helsinki para “conocer el secreto del éxito de sus escuelas” (sus estudiantes están entre los que tienen el mejor nivel entre los países desarrollados). La base de su sistema es la opuesta a la de los Liceos de Excelencia que anunció Piñera el pasado 21 de mayo. Allí no hay selección. Se considera a todos los alumnos igual de valiosos. “La estrategia que usamos en prácticamente todas las lecciones es la de proveer una profesora adicional que ayuda a resolver problemas en determinadas materias. Pero todos los niños de un curso se mantienen en él a lo largo de los años de escuela, independientemente de sus habilidades específicas en determinadas materias”, se explica. Otro crédito importante del éxito del sistema es la familia. “Hay una cultura de leer con los hijos en las casas, y las familias tienen contactos regulares con las profesoras de sus hijos. La Pedagogía es una carrera de prestigio en Finlandia. Los profesores son altamente valorados y los estándares para ellos son también muy altos”.



El reportaje completo se puede leer y escuchar en el siguiente link de la BBC News:

http://news.bbc.co.uk/2/hi/programmes/world_news_america/8601207.stm

Pronto subiremos una versión traducida del texto.

También aparecen videos de las escuelas en Helsinki, y el relajo que las caracteriza.

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